Medidas preventivas y asistenciales para disminuir la mortalidad materna

Introducción

  • Importancia de la prevención como eje central de la salud materna.
  • Enfoque de atención integral durante todo el ciclo reproductivo.
  • Responsabilidad del sistema de salud y del personal médico.

La prevención es el eje fundamental sobre el cual debe construirse toda estrategia de salud materna. Si bien la atención a las emergencias obstétricas es indispensable, es en la identificación temprana de riesgos, en la educación para la salud y en la organización efectiva de los servicios, donde reside el mayor potencial para reducir la mortalidad materna de manera sostenible y ética. Cada complicación grave, cada muerte materna, representa una falla sistémica, muchas veces evitable con acciones oportunas, accesibles y humanizadas.

El enfoque preventivo no debe limitarse al embarazo en curso. Es necesario adoptar una visión integral del ciclo reproductivo, que incluya la salud sexual y reproductiva antes de la concepción, el acceso a planificación familiar, el control prenatal de calidad, la atención del parto en condiciones seguras y el seguimiento durante el puerperio. Este enfoque de curso de vida permite anticiparse a los eventos adversos, ofrecer intervenciones basadas en evidencia, y acompañar a las mujeres desde un lugar de respeto y cuidado continuo.

La responsabilidad de aplicar estas medidas no recae únicamente en las mujeres o en sus familias, sino que corresponde principalmente al sistema de salud y al personal que lo integra. Garantizar el acceso equitativo, oportuno y sin discriminación a servicios de calidad es un deber ético, legal y profesional. El personal médico, de enfermería y comunitario tiene el compromiso de actuar con competencia técnica, sensibilidad cultural y enfoque de derechos, contribuyendo activamente a la construcción de entornos seguros para la gestación, el parto y la crianza.

En este marco, aplicar medidas preventivas y asistenciales significa ir más allá del tratamiento de emergencias: implica crear sistemas capaces de anticipar, contener y transformar las condiciones que ponen en riesgo la vida de las mujeres y personas gestantes, especialmente aquellas en contextos de vulnerabilidad.

Medidas preventivas en el nivel individual

  • Promoción del control prenatal temprano y periódico.
  • Consejería preconcepcional y planificación familiar.
  • Promoción del autocuidado y signos de alarma.
  • Prevención de embarazos en adolescentes y en edades extremas.

La prevención de la morbilidad y mortalidad materna comienza con el empoderamiento de las mujeres y personas gestantes para cuidar activamente su salud reproductiva, lo cual requiere acceso a información clara, servicios accesibles y una atención libre de discriminación. Las estrategias preventivas a nivel individual deben promoverse desde antes del embarazo e involucrar a las personas en todas las decisiones relacionadas con su salud sexual y reproductiva.

Una de las intervenciones más eficaces es la promoción del control prenatal temprano, periódico y de calidad. Iniciar el control en el primer trimestre y dar seguimiento adecuado permite detectar factores de riesgo, prevenir complicaciones y construir una relación de confianza con el equipo de salud. El seguimiento debe adaptarse a las características individuales de cada embarazo, con evaluaciones clínicas, consejería continua y acceso a estudios complementarios cuando se requiera.

La consejería preconcepcional y el acceso a métodos anticonceptivos seguros y eficaces también son pilares fundamentales. Estas acciones permiten a las personas planificar sus embarazos de acuerdo con sus condiciones de salud, su proyecto de vida y sus deseos reproductivos, reduciendo así los riesgos asociados a embarazos no intencionados, en edades extremas o con enfermedades crónicas no controladas. La atención preconcepcional es particularmente importante en mujeres con enfermedades como diabetes, hipertensión o lupus, donde la preparación previa puede evitar complicaciones graves.

Asimismo, es esencial fomentar el autocuidado y la identificación de signos de alarma durante el embarazo, el parto y el puerperio. Las mujeres deben ser informadas —en lenguaje claro y accesible— sobre síntomas que requieren atención médica inmediata, como sangrado, dolor abdominal intenso, fiebre, cefalea persistente o disminución de movimientos fetales. Esta información debe repetirse y reforzarse en cada consulta, con materiales visuales y apoyos educativos adecuados a cada contexto.

Otro eje preventivo prioritario es la prevención de embarazos en la adolescencia y en mujeres de edad avanzada, grupos con mayor riesgo de complicaciones obstétricas. Esto implica una combinación de educación sexual integral, acceso a servicios amigables para adolescentes, y estrategias comunitarias de sensibilización sobre los riesgos biológicos y sociales que pueden presentarse en estas etapas. Prevenir embarazos en estas edades no solo protege la salud física, sino también la emocional, social y educativa de las personas involucradas.

En conjunto, las medidas preventivas a nivel individual fortalecen la autonomía, el conocimiento y la capacidad de las mujeres para tomar decisiones informadas sobre su salud reproductiva, y constituyen la base sobre la cual se construyen sistemas de atención materna más seguros y efectivos.

Medidas preventivas en el nivel comunitario

  • Campañas de sensibilización sobre salud materna y derechos reproductivos.
  • Formación de redes comunitarias de apoyo para mujeres embarazadas.
  • Estrategias de participación de hombres y familias en el cuidado prenatal.
  • Intervenciones interculturales en comunidades indígenas o marginadas.

La reducción de la mortalidad materna no puede depender únicamente del sistema clínico o de las acciones individuales; requiere también una implicación activa de las comunidades, que son el entorno inmediato donde las mujeres viven, se relacionan y enfrentan barreras o apoyos para el acceso a la atención. Las acciones comunitarias fortalecen la prevención al generar una red colectiva de protección, información y acompañamiento durante el ciclo reproductivo.

Una estrategia clave son las campañas de sensibilización sobre salud materna y derechos sexuales y reproductivos, orientadas no solo a las mujeres, sino a toda la comunidad. Estas campañas permiten difundir mensajes claros sobre la importancia del control prenatal, los signos de alarma, la planificación familiar, y el derecho a recibir atención digna y oportuna. También ayudan a combatir mitos y estigmas culturales que pueden perpetuar prácticas de riesgo, como el parto sin asistencia calificada o la falta de atención en el puerperio. Utilizar medios comunitarios, lenguas originarias y recursos visuales adaptados al contexto mejora significativamente su impacto.

Otra intervención relevante es la formación de redes comunitarias de apoyo para mujeres embarazadas, integradas por parteras tradicionales, promotores de salud, liderazgos comunitarios y organizaciones locales. Estas redes pueden identificar tempranamente a mujeres en situación de riesgo, facilitar el traslado a servicios de salud, acompañar durante el embarazo y ofrecer apoyo emocional y práctico. En zonas rurales o marginadas, estas redes pueden marcar la diferencia entre una atención oportuna y una demora con consecuencias graves.

Es igualmente importante involucrar a los hombres y a las familias en el cuidado prenatal y en la toma de decisiones sobre salud materna. Superar los estereotipos que consideran el embarazo como responsabilidad exclusiva de la mujer permite construir una red de cuidado más equitativa y eficaz. La participación de las parejas puede favorecer la asistencia a consultas, el seguimiento de tratamientos, y la preparación conjunta para el parto y la crianza.

Además, en contextos de diversidad cultural, se deben implementar intervenciones interculturales, especialmente en comunidades indígenas o marginadas. Esto implica respetar y dialogar con las cosmovisiones locales sobre el embarazo y el parto, integrar a las parteras tradicionales dentro del sistema de salud, ofrecer atención en lengua materna, y garantizar que la mujer no sea discriminada por su origen étnico o costumbres. La interculturalidad no es un añadido opcional, sino una condición para garantizar el derecho a la salud en condiciones de equidad.

Estas medidas comunitarias permiten construir un entorno favorable a la salud materna, donde la prevención no es solo una estrategia técnica, sino una práctica social de cuidado colectivo y de justicia reproductiva.

Medidas asistenciales en el primer nivel de atención

  • Identificación y seguimiento de embarazos de alto riesgo.
  • Protocolos estandarizados para el control prenatal.
  • Referencia oportuna a segundo o tercer nivel en casos complejos.
  • Atención del parto normal y del puerperio inmediato con enfoque seguro y humanizado.

El primer nivel de atención constituye la puerta de entrada al sistema de salud y el espacio clave para implementar medidas asistenciales que prevengan complicaciones graves y muertes maternas. En este nivel se concentran las acciones clínicas esenciales para la vigilancia del embarazo, la detección temprana de riesgos, la educación para la salud y el seguimiento continuo, todo ello en el marco de una atención accesible, resolutiva y centrada en la persona.

Una de las tareas prioritarias es la identificación y seguimiento adecuado de embarazos de alto riesgo. Mediante una valoración sistemática —que incluya la historia clínica, los antecedentes obstétricos, el estado general de salud y los determinantes sociales— el personal de salud puede clasificar el nivel de riesgo y establecer planes de atención diferenciados. Este proceso no solo mejora la capacidad de respuesta ante posibles complicaciones, sino que también permite planificar el lugar más adecuado para el parto y garantizar la disponibilidad de recursos para emergencias.

Para lograrlo, es fundamental contar con protocolos estandarizados para el control prenatal, basados en guías nacionales e internacionales como la NOM-007-SSA2-2016 y los lineamientos de la OMS. Estos protocolos deben contemplar no solo el número y periodicidad de las consultas, sino también el tipo de intervenciones que deben realizarse en cada etapa: medición de signos vitales, vigilancia fetal, estudios de laboratorio, evaluación psicosocial, tamizajes de infecciones y orientación sobre el autocuidado y los derechos reproductivos.

Cuando se detectan situaciones que superan la capacidad resolutiva del primer nivel —como preeclampsia, amenaza de parto prematuro o complicaciones médicas preexistentes— debe garantizarse la referencia oportuna a segundo o tercer nivel de atención, activando protocolos bien definidos de traslado, comunicación interinstitucional y contrarreferencia. Esta articulación entre niveles es esencial para asegurar la continuidad del cuidado y evitar demoras que puedan poner en riesgo la vida de la madre o del bebé.

Además, muchos establecimientos del primer nivel están capacitados para atender el parto eutócico (sin complicaciones) y el puerperio inmediato, siempre que se cumplan las condiciones de seguridad, infraestructura y personal entrenado. Esta atención debe realizarse con un enfoque humanizado y respetuoso, que garantice la dignidad, el consentimiento informado y la participación activa de la mujer en todo el proceso. El control adecuado del puerperio también permite detectar signos tempranos de infecciones, hemorragias o problemas de salud mental, cuya atención inmediata es vital para la prevención de la morbilidad materna severa.

En conjunto, las medidas asistenciales en el primer nivel no solo tienen un impacto clínico directo, sino que también refuerzan la confianza en los servicios de salud, promueven la equidad en el acceso y fortalecen la prevención como eje central del cuidado materno.

Medidas asistenciales en el segundo y tercer nivel de atención

  • Atención especializada en complicaciones obstétricas: hemorragia, preeclampsia, sepsis, parto obstruido.
  • Unidades obstétricas de cuidados intensivos.
  • Equipos multidisciplinarios capacitados en emergencias obstétricas.
  • Cirugías obstétricas seguras (cesáreas con indicación médica, ligaduras, etc.).

Los segundos y terceros niveles de atención representan los espacios de mayor complejidad en el sistema de salud y son esenciales para la atención especializada de las complicaciones obstétricas graves, que constituyen las principales causas de morbilidad y mortalidad materna. Su funcionamiento eficiente y coordinado con el primer nivel es vital para salvar vidas y reducir secuelas a largo plazo.

En estos niveles, se brinda atención especializada a complicaciones obstétricas como la hemorragia postparto, la preeclampsia y eclampsia, la sepsis puerperal, el parto obstruido, las complicaciones del aborto inseguro y otras emergencias médicas que requieren intervenciones inmediatas. Para ello, los hospitales deben contar con personal capacitado, protocolos clínicos actualizados y recursos materiales suficientes para garantizar una respuesta rápida y efectiva ante cualquier eventualidad.

Uno de los componentes clave en esta atención es la existencia de unidades obstétricas de cuidados intensivos, donde se puede brindar monitoreo continuo, soporte vital y manejo avanzado a mujeres en estado crítico. Estas unidades permiten estabilizar a pacientes con shock hemorrágico, insuficiencia multiorgánica, crisis hipertensivas graves o infecciones sistémicas, reduciendo así el riesgo de muerte o discapacidad permanente. Su implementación en hospitales regionales y estatales es una prioridad en los planes de reducción de la mortalidad materna.

Además, se requiere la presencia de equipos multidisciplinarios capacitados en el manejo de emergencias obstétricas, integrados por gineco-obstetras, anestesiólogos, intensivistas, personal de enfermería especializado y trabajadoras sociales. La atención colaborativa permite una evaluación integral de cada caso y una toma de decisiones más rápida y segura. La capacitación continua en protocolos como el Código Mater, la reanimación obstétrica o el manejo del choque séptico es esencial para mantener la calidad y la eficacia en situaciones críticas.

Otro componente fundamental es la garantía de cirugías obstétricas seguras, como cesáreas con indicación médica, ligaduras de trompas voluntarias, evacuación uterina en casos de aborto complicado y otros procedimientos gineco-obstétricos de urgencia. Estas intervenciones deben realizarse bajo criterios clínicos claros, en condiciones de seguridad quirúrgica y con consentimiento informado. Además, el acceso a quirófanos funcionales, anestesia adecuada y unidades de recuperación es determinante para evitar complicaciones intra y posoperatorias.

En resumen, los niveles de mayor complejidad en el sistema de salud tienen la responsabilidad de responder de manera oportuna y especializada a los casos de riesgo elevado, actuando como centros de referencia que aseguren la continuidad del cuidado y la recuperación integral de las mujeres. Su adecuado funcionamiento, coordinación y capacidad resolutiva son pilares fundamentales para disminuir la mortalidad materna desde una perspectiva clínica, ética y humanista.

Fortalecimiento del sistema de salud

  • Mejora del acceso geográfico y económico a los servicios.
  • Abastecimiento continuo de medicamentos, insumos y sangre segura.
  • Capacitación continua del personal de salud.
  • Implementación de guías clínicas y protocolos nacionales e internacionales.

Disminuir la mortalidad materna no depende únicamente de intervenciones clínicas puntuales, sino de contar con un sistema de salud sólido, accesible, resolutivo y equitativo. Las muertes maternas —la mayoría de ellas evitables— suelen ser el resultado de múltiples fallas estructurales acumuladas: desigualdad en el acceso, falta de insumos, personal insuficiente o desactualizado, y ausencia de protocolos adecuados. Por ello, el fortalecimiento del sistema de salud es una estrategia transversal indispensable para garantizar la vida y la salud de las mujeres y personas gestantes.

Uno de los aspectos clave es la mejora del acceso geográfico y económico a los servicios de salud. Esto implica eliminar las barreras físicas —como la lejanía de unidades médicas, la falta de transporte o caminos en mal estado— y también las barreras económicas que impiden a muchas mujeres acudir a controles prenatales o partos institucionales. Implementar estrategias como casas de espera materna, transporte obstétrico gratuito o servicios móviles puede ser decisivo, especialmente en comunidades rurales, indígenas o urbanas marginadas.

Asimismo, el sistema debe garantizar un abastecimiento continuo y suficiente de medicamentos esenciales, insumos médicos, equipos de emergencia y, de forma crítica, sangre segura. Las hemorragias postparto siguen siendo una de las principales causas de muerte materna, y su tratamiento depende de la disponibilidad inmediata de oxitocina, uterotónicos, medios quirúrgicos y transfusión sanguínea. El fortalecimiento de bancos de sangre regionales, con pruebas de tamizaje y redes de donación activas, es vital para salvar vidas en contextos de urgencia.

Otro pilar del fortalecimiento institucional es la capacitación continua del personal de salud, tanto en el primer nivel como en los niveles especializados. La actualización en temas como reanimación obstétrica, manejo de emergencias, atención respetuosa y sin violencia, y uso de herramientas diagnósticas permite elevar la calidad de atención y reducir errores clínicos. Además, el fortalecimiento de las competencias interpersonales —como la comunicación empática, el trabajo en equipo y el enfoque intercultural— es tan importante como el dominio técnico.

Finalmente, es fundamental la implementación y seguimiento efectivo de guías clínicas y protocolos nacionales e internacionales, como la NOM-007-SSA2-2016, los lineamientos de la OMS y las estrategias de vigilancia perinatal. Estas herramientas estandarizan la atención, orientan la toma de decisiones y promueven la calidad y la seguridad en todos los niveles del sistema. Su aplicación requiere voluntad institucional, monitoreo constante y una cultura de mejora continua.

Un sistema de salud fortalecido no solo previene muertes maternas: también construye confianza, dignifica la atención y garantiza que cada mujer tenga la posibilidad real de vivir su maternidad de forma segura, saludable y acompañada.

Vigilancia epidemiológica y monitoreo

  • Registro obligatorio y análisis de muertes maternas.
  • Comités de mortalidad materna para análisis de causas y acciones preventivas.
  • Indicadores clave para evaluar la calidad de la atención.

Una estrategia clave para reducir la mortalidad materna es contar con un sistema robusto de vigilancia epidemiológica y monitoreo permanente, que permita registrar, analizar y retroalimentar las acciones del sistema de salud. Lejos de ser un proceso burocrático, la vigilancia bien implementada constituye una herramienta poderosa para entender las causas de fondo, identificar fallas en la atención y proponer medidas correctivas y preventivas con base en evidencia real.

El primer paso fundamental es el registro obligatorio, riguroso y estandarizado de todas las muertes maternas, tanto en instituciones públicas como privadas. Este registro debe incluir información clínica detallada, condiciones sociales, tiempos de atención, niveles de atención involucrados y posibles fallas en los procesos. El subregistro o la clasificación errónea de causas —por ejemplo, cuando se omiten factores obstétricos en certificados de defunción— constituye un obstáculo grave para la formulación de políticas eficaces.

Una herramienta central en este proceso son los Comités de Mortalidad Materna, establecidos a nivel local, estatal y nacional, cuyo objetivo es analizar de forma colegiada y confidencial cada caso de muerte materna. Su enfoque no es punitivo, sino analítico y propositivo, orientado a identificar oportunidades de mejora en los servicios, desde la capacitación del personal hasta la disponibilidad de insumos o la articulación entre niveles. Los hallazgos de estos comités deben traducirse en planes de acción concretos, acompañados de seguimiento y evaluación.

Además, la vigilancia no debe limitarse a los casos fatales. Es igual de importante el monitoreo de casos de morbilidad materna grave o “casi muerte” (near miss), que ofrecen valiosa información sobre las condiciones clínicas, estructurales o sociales que estuvieron a punto de provocar un desenlace fatal, pero fueron revertidas. Estos casos permiten aprender, anticiparse y fortalecer las estrategias preventivas.

Para que el monitoreo sea útil, es necesario establecer y revisar periódicamente indicadores clave para evaluar la calidad de la atención materna, tales como la Razón de Mortalidad Materna (RMM), la cobertura de control prenatal, la proporción de nacimientos atendidos por personal calificado, la tasa de cesáreas justificadas, o el tiempo de respuesta ante emergencias obstétricas. Estos indicadores deben estar desagregados por edad, región, nivel socioeconómico y pertenencia étnica, a fin de identificar desigualdades y orientar intervenciones específicas.

En conjunto, la vigilancia epidemiológica no solo permite medir avances o retrocesos, sino que activa la responsabilidad institucional, da visibilidad a los problemas estructurales y fortalece la transparencia y la rendición de cuentas en torno al derecho a una maternidad segura y digna.

Enfoque de derechos y perspectiva de género

  • Atención sin discriminación, con respeto a la dignidad y autonomía.
  • Protección contra la violencia obstétrica.
  • Consentimiento informado y acompañamiento respetuoso.

Aplicar medidas preventivas y asistenciales para disminuir la mortalidad materna no es únicamente una responsabilidad clínica, sino un compromiso ético y legal con la garantía de los derechos humanos de las mujeres y personas gestantes. En este sentido, integrar un enfoque de derechos y perspectiva de género en la atención materna implica reconocer que muchas de las muertes y complicaciones asociadas al embarazo son resultado no solo de causas médicas, sino también de desigualdades estructurales, discriminación y violencia institucional.

El primer principio fundamental es la atención sin discriminación, lo que significa garantizar el acceso y la calidad del cuidado materno independientemente de la edad, etnia, lengua, orientación sexual, identidad de género, estado civil, condición migratoria o nivel socioeconómico. Cada persona debe ser tratada con respeto, empatía y reconocimiento de su dignidad, asegurando que su historia, su contexto y sus decisiones sean escuchados y valorados por el equipo de salud.

En este marco, también es esencial abordar y prevenir la violencia obstétrica, entendida como cualquier acto u omisión del personal de salud que cause daño físico, psicológico o emocional durante el embarazo, parto o puerperio. Esta forma de violencia puede manifestarse como negación de atención, maltrato verbal, procedimientos sin consentimiento, medicalización innecesaria o trato deshumanizante. La violencia obstétrica no solo viola los derechos reproductivos, sino que puede generar secuelas graves, disuadir a las mujeres de acudir a los servicios de salud y contribuir directamente a desenlaces negativos.

Para evitarlo, se debe garantizar el consentimiento informado como un proceso continuo y respetuoso, no como un simple trámite administrativo. Cada examen, procedimiento o intervención debe ser explicado con claridad, en el idioma adecuado y con tiempo suficiente para que la persona tome decisiones libres y conscientes sobre su cuerpo. Además, debe promoverse el acompañamiento respetuoso durante el parto, permitiendo la presencia de una persona de confianza, respetando los tiempos fisiológicos del trabajo de parto y evitando intervenciones innecesarias.

Incorporar una perspectiva de género significa, también, reconocer y transformar las relaciones de poder que históricamente han silenciado, infantilizado o subordinado a las mujeres en los espacios de atención médica. Es promover una atención centrada en la persona, donde el profesional de salud actúa como facilitador de decisiones y no como figura autoritaria.

Solo a través de este enfoque ético, justo y humanizante es posible construir entornos seguros donde las mujeres puedan vivir la maternidad como una experiencia acompañada, voluntaria y libre de violencia, reduciendo no solo las cifras de mortalidad materna, sino también dignificando la experiencia del nacimiento y el cuidado reproductivo.

Conclusión

  • La mortalidad materna es prevenible con intervenciones adecuadas y oportunas.
  • Requiere una respuesta integral, intersectorial y centrada en la mujer.
  • La prevención salva vidas y mejora la calidad de la atención.

La mortalidad materna representa una tragedia evitable, una señal crítica de desigualdad social y una expresión de fallas en los sistemas de salud que, en pleno siglo XXI, no puede ni debe seguir siendo tolerada. Las evidencias científicas, las experiencias de múltiples países y el compromiso de organismos internacionales coinciden en un punto clave: la mayoría de las muertes maternas pueden prevenirse mediante intervenciones oportunas, adecuadas y centradas en la dignidad de las personas.

Aplicar medidas preventivas y asistenciales eficaces implica actuar desde todos los niveles: individual, comunitario, institucional y político. Desde la educación para el autocuidado y el control prenatal temprano, hasta la organización de servicios obstétricos de emergencia, pasando por la capacitación del personal, la vigilancia epidemiológica y el respeto pleno a los derechos sexuales y reproductivos, cada acción suma al objetivo común de salvar vidas.

Esta labor no puede ser aislada ni exclusiva del personal médico. Requiere una respuesta integral e intersectorial, que articule esfuerzos desde la salud, la educación, la justicia, el desarrollo social y la comunidad. Asimismo, exige un cambio de paradigma en el que la atención se aleje de la verticalidad y la intervención autoritaria, y se acerque a una atención centrada en la mujer, respetuosa de su autonomía, su cultura y sus decisiones. En última instancia, prevenir la mortalidad materna no solo significa evitar muertes: significa mejorar la calidad de la atención, construir confianza, garantizar justicia reproductiva y avanzar hacia sociedades más equitativas. Cada vida salvada es el resultado de un sistema que funciona, que escucha y que acompaña. Cada intervención adecuada, cada acto de respeto, cada decisión informada, es una forma de transformar el presente y proteger el futuro.

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