Prevención de la mortalidad infantil de 0 a 5 años

Introducción

  • Importancia de los primeros cinco años de vida en la salud y el desarrollo.
  • Reducción de la mortalidad infantil como indicador clave del bienestar poblacional.
  • Panorama nacional e internacional: avances y desafíos pendientes.

Los primeros cinco años de vida representan una etapa crítica para la supervivencia, la salud y el desarrollo integral de los niños y niñas. Durante este periodo, el crecimiento físico acelerado, la maduración del sistema inmunológico y el desarrollo neurológico son procesos altamente sensibles a las condiciones de salud, nutrición, estimulación, entorno familiar y acceso a servicios básicos. Cualquier afectación en esta etapa puede tener repercusiones a corto y largo plazo, no solo en la calidad de vida individual, sino también en el desarrollo social y económico de las comunidades.

La reducción de la mortalidad infantil (definida como las muertes ocurridas entre el nacimiento y los cinco años de edad) se ha consolidado como uno de los indicadores más sensibles del bienestar poblacional y de la efectividad de los sistemas de salud pública. La mortalidad infantil refleja desigualdades sociales, inequidades en el acceso a servicios, niveles de pobreza, cobertura de vacunación, condiciones de saneamiento, y calidad de atención médica, entre otros factores.

A nivel mundial, los avances en la reducción de la mortalidad infantil han sido significativos en las últimas décadas, impulsados por políticas integrales de salud materno-infantil, programas de inmunización, mejoramiento del acceso al agua potable y estrategias de atención primaria. Sin embargo, persisten desafíos importantes, sobre todo en países de ingresos bajos y medios, así como en comunidades marginadas dentro de países de ingresos más altos. En México, aunque la tendencia general muestra una disminución de las tasas de mortalidad infantil, todavía existen brechas significativas entre zonas urbanas y rurales, entre estados del norte y del sur, y entre grupos étnicos o sociales desfavorecidos.

La prevención de la mortalidad infantil requiere, por tanto, una respuesta intersectorial, sostenida y basada en derechos, que garantice que cada niño o niña no solo sobreviva, sino que prospere en un entorno saludable, seguro y con oportunidades equitativas desde sus primeros días de vida.

Principales causas de mortalidad infantil (0 a 5 años)

  • Enfermedades respiratorias agudas (IRA).
  • Enfermedades diarreicas agudas (EDA).
  • Desnutrición infantil.
  • Malformaciones congénitas.
  • Accidentes y lesiones no intencionales.
  • Infecciones prevenibles por vacunación.

La mortalidad infantil en menores de cinco años continúa siendo un problema de salud pública en muchas regiones del mundo, incluida América Latina. Si bien se ha logrado una disminución progresiva gracias a políticas de salud y desarrollo, ciertas causas prevenibles siguen siendo responsables de una proporción significativa de estas muertes. La identificación de estas causas es esencial para diseñar e implementar estrategias eficaces de prevención y atención.

Las enfermedades respiratorias agudas (IRA), especialmente la neumonía, se mantienen como una de las principales causas de muerte infantil, particularmente en menores de dos años. Estas enfermedades se agravan en contextos de hacinamiento, desnutrición, falta de vacunación y exposición a humo intradomiciliario. El acceso tardío a servicios de salud y la automedicación inadecuada también contribuyen a su letalidad.

Por otro lado, las enfermedades diarreicas agudas (EDA), a menudo provocadas por infecciones gastrointestinales asociadas al consumo de agua no potable o alimentos contaminados, siguen teniendo un impacto importante. Aunque son prevenibles y tratables con soluciones de rehidratación oral y cuidados básicos, las EDA continúan causando muertes innecesarias en comunidades con deficientes condiciones de saneamiento e higiene.

La desnutrición infantil, especialmente en su forma crónica, actúa como causa subyacente o factor agravante en la mayoría de las enfermedades infantiles mortales. Un niño desnutrido tiene menos defensas inmunológicas, mayor riesgo de complicaciones y menor capacidad de recuperación ante infecciones. Además, la desnutrición impacta negativamente en el desarrollo cognitivo y físico, perpetuando ciclos intergeneracionales de pobreza y enfermedad.

Las malformaciones congénitas también representan una proporción significativa de las muertes en la primera infancia, muchas de las cuales podrían ser detectadas, tratadas o prevenidas con un adecuado control prenatal, acceso a diagnóstico temprano, suplementos periconcepcionales (como el ácido fólico), y servicios de cirugía pediátrica oportuna.

No menos importantes son los accidentes y lesiones no intencionales, como caídas, quemaduras, ahogamientos, intoxicaciones y atropellamientos. Estas causas de muerte, muchas veces invisibilizadas en las estadísticas, son altamente prevenibles mediante educación, regulación de entornos seguros y supervisión adecuada en el hogar y en espacios públicos.

Por último, las infecciones prevenibles por vacunación, como el sarampión, la tos ferina o las infecciones por rotavirus, continúan siendo responsables de defunciones infantiles en contextos donde la cobertura de inmunización es baja o irregular, o donde existen barreras socioculturales para el acceso a vacunas.

La comprensión de estas causas permite priorizar intervenciones integrales y culturalmente pertinentes, que aborden tanto los determinantes biomédicos como los sociales de la salud infantil, con un enfoque centrado en la equidad y la justicia social.

Enfoque de atención integral en salud

  • Control del niño sano: monitoreo del crecimiento, desarrollo y signos de alerta.
  • Promoción de la lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses y complementaria hasta los 2 años o más.
  • Calendario completo de vacunación según la Norma Oficial Mexicana.
  • Atención oportuna y de calidad ante signos de enfermedad.

La prevención efectiva de la mortalidad infantil requiere un enfoque de atención integral, centrado no solo en la curación de enfermedades, sino en la promoción activa de la salud, el crecimiento saludable y el desarrollo óptimo desde los primeros días de vida. Esta perspectiva es fundamental en los programas de atención primaria y debe sostenerse durante toda la infancia temprana.

Uno de los pilares de este enfoque es el control del niño sano, una estrategia que va más allá del tratamiento de enfermedades. Consiste en visitas periódicas al centro de salud para evaluar el estado nutricional, el desarrollo psicomotor, la vacunación, y para detectar precozmente signos de alerta que puedan indicar condiciones de riesgo. Este seguimiento continuo permite intervenir a tiempo y prevenir complicaciones graves o defunciones evitables.

La promoción de la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses y su continuación junto con alimentación complementaria adecuada hasta los dos años o más, constituye otra medida central en la salud infantil. La leche materna no solo es el alimento ideal por su composición nutricional, sino que también proporciona inmunidad natural, reduce el riesgo de enfermedades infecciosas y fortalece el vínculo madre-hijo. Su fomento requiere apoyo activo desde el sistema de salud, las comunidades y los espacios laborales.

En cuanto a la inmunización, el cumplimiento del calendario nacional de vacunación, de acuerdo con la Norma Oficial Mexicana (NOM-031-SSA2-1999), es una intervención comprobada para prevenir enfermedades infecciosas que aún causan muertes infantiles en muchos contextos. Asegurar el acceso equitativo, la educación sobre su importancia y la cobertura completa en zonas vulnerables es esencial para el control de brotes y la reducción sostenida de la mortalidad.

Finalmente, la atención oportuna y de calidad ante signos de enfermedad como fiebre, diarrea, dificultad respiratoria o falta de apetito, marca la diferencia entre la recuperación y el agravamiento de una condición clínica. La disponibilidad de servicios accesibles, personal capacitado y medicamentos esenciales son condiciones mínimas para garantizar el derecho a la salud de los niños y niñas, especialmente en los contextos más desfavorecidos.

El enfoque integral, por tanto, no solo salva vidas, sino que sienta las bases para una infancia saludable, resiliente y con oportunidades de desarrollo pleno, favoreciendo así sociedades más justas y equitativas.

Determinantes sociales y ambientales

  • Pobreza, hacinamiento, acceso limitado a agua potable y saneamiento.
  • Educación materna como factor protector.
  • Alimentación inadecuada y prácticas de crianza deficientes.

La mortalidad infantil no puede comprenderse únicamente desde el ámbito clínico o biológico. En realidad, está profundamente influida por los determinantes sociales y ambientales que condicionan la salud desde el nacimiento e, incluso, desde antes. Estos factores estructurales explican por qué, en muchos casos, los niños y niñas que mueren por causas prevenibles pertenecen a hogares en situación de pobreza o marginación, donde el acceso a condiciones básicas de vida digna está limitado.

La pobreza multidimensional —que implica no solo carencia económica, sino también de servicios básicos, educación y protección social— es uno de los principales factores asociados a la mortalidad en la infancia. El hacinamiento, la falta de acceso a agua potable y saneamiento adecuado, y la exposición a contaminantes ambientales son elementos que favorecen la aparición de enfermedades infecciosas como las diarreas, las infecciones respiratorias o los parásitos intestinales. Además, estas condiciones dificultan el tratamiento oportuno y eficaz cuando los niños enferman.

La educación materna se ha identificado como un poderoso factor protector frente a la mortalidad infantil. Las madres con mayor nivel educativo tienen mayor capacidad para reconocer signos de alerta, acceder a servicios de salud, adoptar prácticas saludables de alimentación e higiene, y seguir adecuadamente los esquemas de vacunación y controles médicos. Invertir en la educación de las niñas y mujeres no solo mejora sus oportunidades, sino que impacta directamente en la supervivencia y bienestar de sus hijos.

Asimismo, una alimentación inadecuada, tanto en calidad como en cantidad, debilita el sistema inmunológico infantil y aumenta la susceptibilidad a infecciones. Esto se ve agravado por prácticas de crianza deficientes, a menudo resultado de la desinformación, la falta de apoyo familiar o comunitario, y condiciones laborales que dificultan el cuidado directo y continuo de los hijos pequeños.

El enfoque en los determinantes sociales y ambientales implica que la prevención de la mortalidad infantil debe ir más allá del sector salud e involucrar a políticas públicas intersectoriales que aborden la pobreza, la educación, el acceso al agua, la seguridad alimentaria, la vivienda digna y la equidad de género. Solo así será posible garantizar que todos los niños y niñas, sin importar su lugar de nacimiento o condición social, tengan las mismas oportunidades de vivir y desarrollarse plenamente.

Prevención de accidentes en el hogar y en la vía pública

  • Seguridad en el hogar: prevención de quemaduras, caídas, intoxicaciones.
  • Educación a madres, padres y cuidadores.
  • Espacios públicos seguros y vigilancia comunitaria.

Aunque muchas veces pasan desapercibidos en las políticas de salud pública, los accidentes no intencionales constituyen una causa importante —y en aumento— de morbilidad y mortalidad infantil en los primeros cinco años de vida. Estos eventos, que incluyen quemaduras, caídas, intoxicaciones, asfixias, y atropellamientos, suelen ocurrir en contextos cotidianos como el hogar o la vía pública, y tienen un impacto devastador en las familias, más aún cuando se trata de situaciones que podrían haberse evitado con medidas simples de prevención.

En el ámbito doméstico, la seguridad en el hogar es fundamental para reducir riesgos. La mayoría de los accidentes infantiles suceden por la falta de adecuación del entorno a las necesidades del niño, especialmente en etapas en que comienzan a explorar activamente su entorno. Cocinas sin protección, medicamentos o productos de limpieza al alcance, enchufes sin tapones, ventanas sin protección y escaleras sin barandas son ejemplos comunes de factores de riesgo. El diseño de viviendas seguras y la adopción de medidas preventivas simples pueden disminuir significativamente la incidencia de estos eventos.

La educación dirigida a madres, padres y cuidadores es esencial. Muchas veces, los accidentes ocurren por desconocimiento de los peligros potenciales y de las medidas que podrían evitarlos. Promover el desarrollo de habilidades de cuidado, supervisión y respuesta ante emergencias forma parte de una estrategia integral de prevención. Estas acciones educativas deben estar adaptadas al nivel sociocultural de cada comunidad y pueden llevarse a cabo desde los servicios de salud, escuelas, guarderías y organizaciones comunitarias.

En el entorno urbano, los espacios públicos también deben ser seguros para los niños. La planificación urbana tiene un rol fundamental en la prevención de accidentes: calles bien señalizadas, pasos peatonales seguros, presencia de semáforos, iluminación adecuada y zonas recreativas protegidas son elementos clave. Además, la promoción de la vigilancia comunitaria fortalece la corresponsabilidad y el tejido social, creando ambientes más seguros para el juego, la movilidad y el desarrollo infantil.

Abordar la prevención de accidentes en la infancia requiere una mirada integral, anticipatoria y multisectorial, donde la protección de la vida de los niños y niñas sea una prioridad que convoque tanto al Estado como a las familias y la comunidad.

Estrategias comunitarias y programas de salud pública

  • Estrategia AIEPI (Atención Integrada a las Enfermedades Prevalentes de la Infancia).
  • Programas de salud materno-infantil.
  • Participación de promotores/as de salud y redes comunitarias.
  • Visitas domiciliarias para seguimiento de casos de riesgo.

La prevención de la mortalidad infantil no puede depender únicamente del nivel clínico o institucional. Las estrategias comunitarias y los programas de salud pública juegan un rol central al acercar la atención y la educación en salud a las familias, especialmente en contextos donde existen barreras geográficas, económicas o culturales para el acceso a servicios formales.

Una de las herramientas más efectivas en este ámbito es la Estrategia AIEPI (Atención Integrada a las Enfermedades Prevalentes de la Infancia), impulsada por la Organización Mundial de la Salud y UNICEF. Esta estrategia combina el tratamiento eficaz de las enfermedades más frecuentes (como infecciones respiratorias, diarreas, desnutrición y fiebre) con la promoción del crecimiento y desarrollo saludables, la vacunación, la lactancia materna y la prevención de enfermedades. AIEPI enfatiza la atención centrada en el niño, la capacitación del personal de salud en la toma de decisiones clínicas y la participación activa de las familias como agentes de cuidado y prevención.

Los programas de salud materno-infantil implementados por los gobiernos, como los que integran las carteras básicas de servicios en atención primaria, refuerzan la vigilancia, consejería y seguimiento desde el embarazo hasta los primeros años de vida. Estos programas suelen incluir acciones conjuntas de control prenatal, atención del parto, vacunación, control del niño sano, nutrición y detección de factores de riesgo, estableciendo rutas claras de atención y referencia.

La participación de promotores y promotoras de salud comunitarios es otro eje clave. Al ser personas que pertenecen a las mismas comunidades donde trabajan, tienen una comprensión profunda del contexto social, lingüístico y cultural. Esto les permite generar confianza, romper barreras y facilitar el acceso a los servicios de salud. Además, son un puente vital entre las familias y las unidades de salud, promoviendo la educación en salud, el monitoreo de signos de alarma y el seguimiento de niños en situación de riesgo.

Por su parte, las visitas domiciliarias representan una estrategia complementaria altamente efectiva, especialmente para familias con niños recién nacidos, menores con desnutrición, enfermedades crónicas o que viven en zonas marginadas. Estas visitas permiten evaluar condiciones de riesgo en el entorno familiar, reforzar prácticas de cuidado, detectar problemas de forma temprana y acompañar a las familias de forma más cercana y continua.

En conjunto, estas estrategias comunitarias y programas públicos son fundamentales para construir un sistema de salud más equitativo, accesible y centrado en las necesidades reales de la infancia, contribuyendo significativamente a reducir la mortalidad en los primeros años de vida.

Vigilancia epidemiológica y evaluación

  • Registro y análisis de mortalidad infantil por causas evitables.
  • Sistemas de información confiables y auditables.
  • Uso de los datos para decisiones y políticas basadas en evidencia.

Una estrategia efectiva para prevenir la mortalidad infantil requiere contar con sistemas robustos de vigilancia epidemiológica y evaluación, capaces de identificar de manera oportuna las causas, factores asociados y tendencias que afectan la salud de los menores de cinco años. Esta vigilancia no solo debe limitarse al conteo de defunciones, sino que debe enfocarse en su análisis cualitativo y cuantitativo, con énfasis en las causas evitables y en las condiciones sociales y de atención que las rodearon.

El registro sistemático y preciso de la mortalidad infantil, desagregado por edad (neonatal precoz, tardía e infantil), sexo, causa básica y lugar de ocurrencia, permite construir un panorama realista de la situación. El análisis epidemiológico de estos datos facilita la identificación de patrones, poblaciones en mayor riesgo y deficiencias del sistema de salud, lo que es clave para orientar la toma de decisiones. Es fundamental que estos registros estén respaldados por protocolos de codificación de causas de muerte según la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), y que se asegure su calidad y confiabilidad mediante auditorías regulares.

Contar con sistemas de información confiables, interoperables y auditables es una necesidad urgente, especialmente en contextos donde aún persiste el subregistro de nacimientos y defunciones infantiles, como ocurre en comunidades rurales, indígenas o en situación de marginación urbana. La digitalización, la capacitación del personal encargado y la participación activa de los servicios locales de salud en la recolección y validación de datos son pasos fundamentales para lograrlo.

Además, el verdadero valor de la información recabada reside en su uso para generar políticas públicas informadas y acciones concretas basadas en evidencia. Los datos deben retroalimentar de forma ágil a los tomadores de decisiones, a los responsables de programas de salud infantil y a las comunidades mismas. De esta manera, es posible ajustar estrategias, priorizar recursos, fortalecer capacidades locales y mejorar la calidad de la atención en función de los resultados obtenidos.

La vigilancia epidemiológica, acompañada de una evaluación constante de procesos e impactos, es por tanto una herramienta esencial para transformar la información en prevención efectiva, equidad y garantía del derecho a la salud de los niños y niñas desde su nacimiento.

Rol de la intersectorialidad

  • Coordinación entre salud, educación, desarrollo social y medio ambiente.
  • Intervenciones en determinantes estructurales: empleo, vivienda, servicios básicos.
  • Articulación con ONGs y organismos internacionales.

La mortalidad infantil es un fenómeno complejo que no puede ser abordado exclusivamente desde el sector salud. Las causas de muerte en los primeros cinco años de vida están profundamente vinculadas a determinantes sociales, económicos, ambientales y culturales, por lo que su reducción sostenida exige una respuesta intersectorial articulada y coordinada. Esto implica la participación activa y corresponsable de múltiples sectores y niveles de gobierno, así como de la sociedad civil organizada.

Una coordinación efectiva entre los sectores de salud, educación, desarrollo social, vivienda, alimentación y medio ambiente permite abordar de forma integral las condiciones que ponen en riesgo la vida y el bienestar de los niños y niñas. Por ejemplo, las acciones educativas orientadas a mejorar la escolaridad de las madres y promover prácticas de crianza saludables pueden tener un impacto directo en la supervivencia infantil. De igual forma, el acceso a una vivienda digna, servicios básicos como agua potable, saneamiento e higiene, así como a espacios libres de contaminación, contribuye a reducir infecciones respiratorias, enfermedades gastrointestinales y malnutrición.

Las intervenciones sobre los determinantes estructurales, como la pobreza, el desempleo o la inseguridad alimentaria, deben formar parte de una estrategia nacional de desarrollo que coloque a la infancia en el centro. Programas de transferencias condicionadas, apoyos alimentarios, guarderías comunitarias, políticas de empleo digno para madres jefas de familia y el fortalecimiento del primer nivel de atención son ejemplos de acciones intersectoriales con impacto probado en la salud infantil.

Asimismo, la articulación con organizaciones no gubernamentales (ONGs), instituciones académicas y organismos internacionales como UNICEF, la OPS/OMS, Save the Children o el Programa Mundial de Alimentos, enriquece la respuesta institucional, aporta innovación y permite el aprovechamiento de recursos técnicos y financieros. Estas alianzas son clave para diseñar intervenciones culturalmente pertinentes, fomentar la participación comunitaria y garantizar el cumplimiento de los compromisos globales en materia de derechos de la infancia.

En resumen, el enfoque intersectorial reconoce que la salud infantil no es responsabilidad exclusiva del sector salud, sino que es el resultado de políticas públicas coherentes, sostenidas y centradas en el bienestar de la niñez. Solo mediante el trabajo conjunto, coordinado y con visión de equidad será posible garantizar que todos los niños y niñas tengan las mismas oportunidades de sobrevivir, crecer y desarrollarse plenamente.

Enfoques con perspectiva de equidad

  • Poblaciones indígenas, rurales y en situación de calle.
  • Atención diferenciada por género y diversidad familiar.
  • Enfoque intercultural en la educación para la salud.

Para lograr una reducción real y sostenida de la mortalidad infantil es indispensable incorporar una perspectiva de equidad en todas las políticas, programas e intervenciones dirigidas a la primera infancia. Esto significa reconocer que no todos los niños y niñas tienen las mismas oportunidades de sobrevivir y desarrollarse, y que ciertos grupos enfrentan condiciones estructurales de desigualdad que los colocan en mayor riesgo de enfermedad, malnutrición y muerte prematura.

Las poblaciones indígenas, rurales y en situación de calle representan algunos de los grupos más vulnerables en América Latina y México. En comunidades indígenas, por ejemplo, persisten altos índices de pobreza, exclusión de los servicios de salud, barreras lingüísticas y una atención poco culturalmente pertinente, lo que se traduce en peores indicadores de salud infantil. En las zonas rurales, la lejanía de los servicios, la escasez de personal médico y el limitado acceso a transporte o comunicación dificultan la atención oportuna. En el caso de la niñez en situación de calle o migración, los riesgos se multiplican por la falta de vivienda segura, acceso a alimentación adecuada, atención médica continua y protección social.

La equidad también implica una atención diferenciada por género y diversidad familiar. Las niñas y niños pueden enfrentar riesgos distintos dependiendo de su entorno, y estos deben ser considerados desde la etapa prenatal. Asimismo, es esencial que las políticas públicas reconozcan y respeten la diversidad de configuraciones familiares, incluyendo familias homoparentales, madres solteras, familias extensas o aquellas a cargo de abuelos o cuidadores comunitarios, garantizando que todos los niños reciban atención y protección sin discriminación.

Por otro lado, el enfoque intercultural en la educación para la salud es clave para asegurar que los mensajes preventivos lleguen de manera efectiva a todas las comunidades. Esto implica no solo traducir contenidos, sino respetar cosmovisiones, prácticas tradicionales y formas propias de concebir la salud, la crianza y el cuidado infantil. La incorporación activa de parteras, promotores comunitarios y líderes locales en las estrategias de salud infantil fortalece el vínculo entre el sistema de salud y las comunidades, y aumenta la aceptabilidad y sostenibilidad de las intervenciones.

Incorporar la equidad como eje transversal es, en última instancia, una obligación ética y un imperativo de justicia social. Significa hacer todo lo posible para que ningún niño o niña muera por causas prevenibles simplemente por haber nacido en una comunidad marginada o en una familia excluida. Garantizar la equidad es garantizar el derecho a la vida, la salud y el desarrollo desde los primeros días.

Conclusión

  • Prevenir la mortalidad infantil es un imperativo ético, técnico y social.
  • Se requiere un abordaje preventivo, oportuno, integral y basado en derechos.
  • El compromiso debe ser multisectorial, continuo y con participación comunitaria.

La prevención de la mortalidad infantil representa uno de los compromisos más urgentes y trascendentes para cualquier sociedad que aspire a la equidad, la justicia social y el respeto a los derechos humanos. No se trata únicamente de un desafío sanitario, sino de un imperativo ético, técnico y social, que exige garantizar a cada niño y niña el derecho a vivir, crecer y desarrollarse en condiciones dignas desde su nacimiento.

Abordar este desafío requiere una estrategia preventiva e integral, que actúe desde antes del nacimiento y se prolongue a lo largo de los primeros cinco años de vida, etapa crítica para el desarrollo físico, emocional, cognitivo e inmunológico. Las acciones deben ser oportunas y basadas en evidencia, considerando los múltiples factores que inciden en la salud infantil: desde las condiciones biológicas y ambientales hasta los determinantes sociales, culturales y económicos.

Asimismo, es indispensable que todas las intervenciones se construyan desde un enfoque de derechos humanos, reconociendo a los niños y niñas como sujetos plenos de derecho, y no solo como receptores pasivos de asistencia. Esto implica brindar atención sin discriminación, con pertinencia cultural y sensibilidad a las distintas formas de crianza y organización familiar.

Finalmente, la prevención efectiva de la mortalidad infantil requiere del trabajo coordinado de múltiples sectores: salud, educación, protección social, desarrollo comunitario, medio ambiente, entre otros. El compromiso debe ser sostenido, articulado y contar con la participación activa de las comunidades, quienes conocen de primera mano los retos y las soluciones posibles.

Prevenir cada muerte infantil evitable no solo salva una vida, sino que fortalece el tejido social, rompe ciclos de pobreza y promueve generaciones más sanas, resilientes y con mayores oportunidades de futuro.

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